«Fue un error, no lo volvería a hacer, pero yo me quedo aquí». La frase encierra toda la filosofía vital de Talla Thian, un joven senegalés que, a sus veinte años, suma más experiencias que muchos de los que ya peinan canas.
Quien le ve por la calle ahora, con una imagen impecable, vestido a la última, con contrato de especialista en tuberías en una empresa de Tremañes y titular de un apartamento en alquiler en La Calzada -sin olvidar que exhibe un completo dominio del castellano- no encuentra ningún rastro del chaval que, hace tres años, llegó a Canarias con lo puesto, hablando únicamente wolof (el dialecto en que se expresa el 45% de la población senegalesa), a bordo de uno de los cientos de cayucos que, cada semana, parten de Senegal en busca de las costas españolas. Porque, Talla Thian, nacido en Diourbel, es uno de los jóvenes a los que, hasta su mayoría de edad, tuteló el Principado tras llegar a un acuerdo con Canarias, saturada por la llegada de inmigrantes.
Ahora, con trabajo e independizado de la Administración regional, recuerda su viaje: «Doce días metido en un barco con otros 139», sin ningún tipo de contacto «con la familia». Y, aunque «podíamos preparar comida y teníamos bebida», no había «comodidades. Ni baño, ni aseo ni cama». Y eso que un cayuco, explica Talla, «nada tiene que ver con las pateras marroquíes». Es «un barco pesquero que, en Senegal, usan para viajar a España».
De hecho, hay empresas especializadas en lucrarse del hambre ajena, que se ofertan casi como vías oficiales para acceder a Canarias. Son más de 1.700 kilómetros de travesía que, mientras que en avión no suponen más de cuatro horas de viaje, en cayuco «son doce días, con suerte. Yo la tuve». Tanta, que recuerda «como si fuera ayer el 16 de agosto de 2006», cuando su barco «arribó a Canarias y nos llevaron a los 140 a un centro de acogida».
«Mi padre me perdonó»
Desde allí, su primera llamada, a su padre, propietario de un pequeño taller en Diourbel, «de donde escapé sin decirle nada». La segunda, a su hermano mayor, otro menor escapado de Senegal «que encontró trabajo en Mallorca, donde vive con su mujer y su hijo». Él fue el único al que Talla contó su decisión, «ya que sabía que mi padre era contrario, porque estaba la experiencia de mi hermano».
Sin embargo, se reconoce «cabezón» y sin escuchar a nadie «me marché por la noche. Mi padre ya no supo nada de mí hasta que desembarqué en Canarias. No le he vuelto a ver, pero hemos hablado mucho. Creo que, ahora, ya me perdonó. Pero lo pasó muy mal».
El penar de su padre es plenamente comprendido ahora por Talla, ya que si su primera llamada fue a su progenitor, su primera reacción ante lo que consideraba «el paraíso» no pudo ser más decepcionante: «Estábamos más de cien jóvenes en un mismo centro, con habitaciones de hasta seis personas». La mezcla de nacionalidades, edades e intereses «era increíble», por lo que nunca dejará de agradecer «que alguien decidiera trasladarme a Asturias».
Junto a otros nueve, Talla formó parte del segundo contingente de menores adolescentes trasladados desde Canarias a Asturias. Su estancia no fue en el Materno Infantil, donde está la unidad de primera acogida, sino que fue derivado «al Hogar de San José, que se hacía cargo de nuestro control».
Aunque no residió en el centro ovetense, «porque en Gijón encontré a mis segundos padres, Marga y Jaime». sí conoció a sus usuarios «y los problemas que hay allí es por la droga. En el San José no pasa, quizá porque los senegaleses sabemos a qué venimos: a trabajar, no a drogarnos». Cuenta que, no obstante, «Asturias no es Canarias y aquí se nos controla mucho, nos dan formación y una paga semanal. Los del San José hemos logrado nuestro objetivo: encontrar trabajo».
«Queremos trabajar»
Pero, la imagen de los jóvenes marroquíes armando alboroto en el Materno «está muy grabada en la gente, por lo que me gustaría que mi mensaje llegara con claridad: no somos todos iguales. Nosotros queremos trabajar y sé de muchos marroquíes que también, lo que pasa que algunos están muy enganchados al disolvente».
Pero sabe de la dificultad de que esa idea cale, «porque la situación aquí está muy mal». Por eso tiene claro que «mi padre tenía razón» y que «venir a España en cayuco fue un error». Sin embargo, tras el esfuerzo realizado «no quiero volver a Senegal», salvo «para visitar a mi padre y hermanos y, si pudiera, abrir una empresa». No quiere irse porque «aquí tengo mi trabajo, mi casa y, es mi ilusión formar mi propia familia».
Una familia sin, confía, «mi hermano pequeño», que ahora estudia en Diourbel «y al que digo, cada día, que no haga lo que yo. Que se forme y trabaje allí. El futuro no está en el cayuco»
Asturias es «un lugar fantástico para vivir», a pesar de que «todavía hay muchos que creen que venimos a robar». Talla Thian no tiene, afortunadamente, experiencias negativas, pero una se ha convertido en una espina clavada «porque se repite cada fin de semana».
Y es que, cuando él se dispone a disfrutar de la noche gijonesa, «hay algunos bares, sobre todo en Fomento», donde «no nos dejan entrar». No se trata de «que el local esté lleno», sino que «nos vetan». La explicación es la evidente: «Por ser negro, porque no existe otra razón». La ironía la encuentra en que «si fuera una chica, pasaría. A las negras las dejan entrar».FUENTE: El Comercio/Chelo T.(Foto:P.U.)
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