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"Un chico me aborda por la calle, tímidamente: ¿Dónde está la comisaría de la policía local?. Después se encoge como pidiendo perdón por hablarme. Dudo unos segundos y me doy cuenta de que no sé dónde está la sede de la local. No tengo ni idea le digo. Él comienza a alejarse en el mismo momento en que empiezo a registrar que quien me ha preguntado es un niño, que está solo, que es extranjero probablemente, por el acento, marroquí y que me ha hecho una consulta, digamos, poco común. Me dirijo a él antes de que se vaya definitivamente: Pero, ¿para qué quieres saber tú dónde está la comisaría? ¿Necesitas algo?.
Poco después S. y yo subimos las escaleras de mi portal. A pesar de esa primera apariencia de retraimiento y timidez, no le ha costado mucho soltarse a hablar conmigo. En realidad, parece que necesitaba comunicarse con alguien. En torno a un plato de lentejas, la conversación se hace más fluida aún. Me sorprende su buen castellano. Vengo de Melilla me explica.
S. nació en Fez hace catorce años. La ciudad, capital de Marruecos durante mucho tiempo, es una de las más importantes del país y supera el millón de habitantes. En ella pasó los once primeros años de su vida. En ella creció al calor de su madre y de sus dos hermanas mayores. Su padre, trabajador en una panadería del barrio, obtenía los únicos ingresos monetarios de la familia. Pero el padre de S. murió hace tres años. Incluso antes de que su padre los dejara, las estrecheces económicas ya habían empujado a una de sus hermanas la mayor a viajar a Europa en busca de una vida mejor. Ahora está en Holanda o eso cree S., pues no sabe de ella desde hace cinco años. Su otra hermana se casó y se fue a vivir a Tánger.
A la madre de S. la vida no le dejó tiempo para llorar la muerte de su marido. Poco después del entierro, se vio obligada a marcharse de la ciudad con su pequeño hijo, pues no lograba encontrar trabajo en Fez. Viajaron a Nador, más al norte. En Nador hay playa, en Fez no sonríe S. ¿Y encontró trabajo tu madre? pregunto al chico. A veces le cuesta encontrar las palabras adecuadas. Después de varios intentos y de representar con gestos la carga de sacos pesados al hombro, logra explicarme que su madre cruza la frontera de Melilla para comprar telas y ropas que luego trata de vender en el mercado de Nador. Yo la ayudaba dice orgulloso. No podía pasar la frontera, pero esperaba a que mi madre volviera para ayudarla a cargar la ropa hasta la estación de autobuses. Allí subían a un vehículo que cubría los quince kilómetros que separan las dos ciudades. Veinte céntimos recuerda S. que costaba el trayecto. ¿Y quién os compraba la ropa en el mercado?. Turistas, muchos turistas. Españoles, franceses, ingleses, también muchos alemanes. Y, entonces ahora viene la pregunta de siempre, la que no sabes cómo formular porque, por un lado, te sientes un poco ridículo planteándola, ya que la respuesta es obvia y, por otro, temes no entender deltodo la contestación, ¿qué haces aquí? ¿Por qué has venido?. S. me mira como diciendo: ¿que por qué he venido? Es evidente, ¿no?; pero contesta, resignado: Poco dinero, muy poco dinero.
La frontera de Melilla la cruzó debajo de los asientos de un coche. Poco después ingresaba en el Centro de Menores La Purísima. En una como ésta dice S. midiendo con su mirada mi habitación de unos ocho metros cuadrados vivíamos cuatro chicos. La mayoría eran de Marruecos y de Argelia, aunque también había algunos compañeros de países del África subsahariana. A veces nos llevaban solos a una sala y nos pegaban. ¿Cómo que os pegaban? ¿Por qué?. No lo sé. Pero, ¿os decían algo cuando os golpeaban?. Sí, decían: “para qué has venido aquí”, “para qué has cruzado la frontera”, “quédate en tu casa”. Nada más.
Cuando se cansó del hacinamiento, de los malos tratos y de la escasa comida, S. se metió bajo un camión y, allí escondido, cruzó en un barco que le llevó a Málaga. Vas bien sujeto, no hay peligro de caerse dice con seguridad. No, no tenía miedo. Sólo quería que no me descubrieran, porque sueltan perros para buscarnos. Yo los vi, pero ellos a mi no.
¿Se lo dijiste a tu madre antes de partir?. No, la llamé cuando llegué a Málaga. ¿Y qué te dijo?. Que consiguiera papeles. ¿Nada más?. No. Bueno, sí, lloraba. ¿Y tú?. Yo sonríe S. un poco nervioso también lloraba.(...)"
Leer integro todo el relato .Publicado en CD de la voz de asturias (21-9-8)
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Eduardo Romero es miembro de la Asociación Cambalache, autor del libro Quién invade a quién. El Plan África y la inmigración (Cambalache, 2007) y coautor del libro Frontera Sur. Nuevas políticas de gestión y externalización del control de la inmigración en Europa (Virus, 2008). El texto que publicamos hoy forma parte de un libro de relatos de inmigración que Cambalache publicará próximamente.
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