MANIFIESTO
Un año más, con la llegada del día internacional contra el racismo y la xenofobia (21 de marzo), tenemos que seguir lamentando las dramáticas muertes en el mar de personas que, huyendo de la violencia y la miseria, encuentran una muerte casi segura en su empeño de alcanzar las costas europeas. Un viaje suicida lleno de obstáculos mortíferos para sufrir, en el mejor de los casos, la incomprensión de una parte de la sociedad, que no siempre admite la aspiración legítima a luchar por una vida digna.
Pero las muertes y el racismo son un producto del saqueo neocolonialista que ejercen los países ricos en África y de la política de criminalización de la pobreza. Las dos caras de una misma moneda que responde a los mismos intereses. Es complejo comprender las causas que llevan a los seres humanos a arriesgar sus vidas, en empresas demasiado peligrosas, sin tener en cuenta las consecuencias de una economía global inmoral, para la que África si existe. África existe para ser desposeída de sus abundantes recursos naturales, a cambio de nada, bajo la cobertura legal de unas leyes indecentes desde todos los puntos de vista. África existe para poner los muertos en un reparto diabólico de tareas; existe para sufrir lo que parecen guerras fratricidas sin sentido, pero cuyas raíces se hunden en los odios que sembraron las metrópolis para extender sus empresas coloniales con holgura. Y también existe África para que los países ricos apoyen, incondicionalmente, regímenes obedientes con los dictados económicos de los organismos internacionales, aunque cometan las más graves violaciones de los derechos humanos.
No se pueden denunciar las muertes en el mar sin denunciar las causas que hace que miles de jóvenes salten al vacío, porque no soportan vivir de una manera indigna. Hablar de cayucos es hablar de una economía perversa que permite que África este pagando una deuda interminable de 3.000 millones de dólares, mientras sus niños y niñas pierden la salud y la vida, el primer derecho universal inviolable según los países ricos, por falta de medicinas y alimentos. Una economía perversa que obliga a sustituir la agricultura con vistas al mercado local por un diseño para la exportación, haciéndolos cada vez más dependientes y vulnerables; una economía que bajo la elástica rúbrica de apertura de mercados, permiten hundir los precios de los productos locales, para favorecer productos subvencionados de los países ricos; que permite agotar los ricos caladeros africanos de pescado; subir el precio de estos haciéndolos nada accesible a una población empobrecida, o venderles el propio petróleo que ellos producen cobrándoles el valor añadido en los países ricos.
Por un lado, los países ricos intentan conseguir los Objetivos del Milenio de erradicación de la pobreza, y por otra parte, Europa, en este caso, ha intentado firmar con África Los Acuerdos de Asociación Económica, claramente desfavorables para el continente. En este caso África ha dicho no, porque, a las claras, es un intento de perpetuar un saqueo que no tiene fin. Esa es la solidaridad con la pobreza de la que hablan nuestros gobernantes.
Con el objetivo de poner el broche de oro a ese papel de cenicienta que le ha tocado a este continente en el reparto, hay que poner trabas, aún a costa de la muerte, a todas esas personas que van a intentar huir de unas condiciones miserables que no tienen visos de cambiar ni a corto ni a largo plazo. En enero, el gobierno del PSOE, en plena campaña electoral, presentaba, como positivo, un balance del año 2007 basado en dos premisas: descenso de la llegada de inmigrantes por medio de embarcaciones en un 53,9%, con respecto a 2006 y un 6% más de repatriación que el año anterior. Por una parte, este discurso presenta a la inmigración como un problema que hay que solucionar con medidas policiales y de vigilancia. De esta forma se criminaliza a los inmigrantes, que es el primer paso para el racismo y la xenofobia. Y por otra parte en este tipo de balances se oculta la otra cara de la moneda: la puesta en marcha de leyes que cierran nuestras fronteras con vigilancia y medidas policiales y con acuerdos con países nada democráticos que realizan las funciones de gendarmes realizando las más graves violaciones de los derechos humanos sobre todas aquellas personas que intentan atravesar sus territorios. Que lleguen menos inmigrantes a nuestras costas, ¿significa que lo intentan menos personas o que mueren más por las cada vez más duras condiciones del viaje impuestas por los países ricos para impedir su llegada? Nunca sabremos a ciencia cierta el número real de personas que mueren en el intento. Pero si sabemos que son muchas, demasiadas.
DENUNCIAMOS:
- La utilización partidista y las interpretaciones malintencionadas del fenómeno migratorio que no hacen más que fomentar la xenofobia y dificultar la tolerancia y la convivencia en paz.
- La ley de protección de fronteras que se traduce en una política de contención de la emigración, basada en medidas policiales y de vigilancia que provoca innumerables violaciones de los derechos humanos, verdaderas atrocidades y numerosas victimas.
Para terminar, en políticas migratorias, desde la APDHA pedimos que se valoren positivamente, con datos, y en voz alta las aportaciones sociales, culturales y económicas que la inmigración trae con su diversidad a nuestra sociedad
Fuente: APDHA
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