21.07.2008 / Cuando recibí la noticia pensé que estaba soñando, que era víctima de una terrible pesadilla. No podía ser verdad lo que nos comunicaba Roberto Malini, del Gruppo EveryOne, organización residente en Italia y dedicada a la defensa de los derechos humanos y culturales así como a la cooperación internacional.
Dos niñas gitanas, de 11 y 12 años, se han ahogado en la playa de Torregaveta, en Nápoles, de la forma más extraña. Las niñas iban por la playa vendiendo sus cachivaches y de pronto ―¡que cosa más rara!― se les ocurrió bañarse. Sus cuerpos han aparecido sobre la arena de la playa completamente vestidos. Pero las niñas no iban solas. En verdad iban cuatro. Los otros dos, más pequeños que las ahogadas, que han quedado vivos, están retenidos por las autoridades. Nosotros no podemos por menos que preguntarnos: ¿Por qué no se los entregan a sus padres? ¿Por qué nadie da una explicación creíble de lo que verdaderamente pasó?
Pero todo esto, con ser tan grave, no es lo más terrible. Esta mañana, cuando María, mi joven ayudante abogada, ha entrado en mi despacho, después de conocer la noticia, me ha dicho:
―¿Pero has visto las fotografías que publica EveryOne en su página web?
Presentí lo peor. En realidad lo estaba leyendo en el rostro de María. Entré en el sitio anunciado y aún me cuesta trabajo aceptar que el ser humano haya llegado a tal grado de insensibilidad, de dureza de alma, de desprecio a la condición humana, que haya podido comportarse como lo han hecho quienes estaban junto a los cadáveres de las pobres niñas gitanas.
Me lo ha confirmado Roberto Malini, líder y activista seriamente comprometido en la causa de la defensa de los gitanos. Violeta y Cristina, que son los nombres de las dos pequeñas, han muerto ahogadas. Permítanme que transcriba sus palabras en italiano para no restarle fuerza a su denuncia: “Dopo la tragedia, la sorprendente reazione di una parte della spiaggia: i bagnanti hanno continuato a pranzare e a prendere il sole, come se nulla fosse successo. «Abbiamo recuperato quei corpi tra l´indifferenza generale», dice sdegnato Pasquale Desiato, l´autista del 118.”
Terrible, increíble. Las pobres gitanitas muertas sobre la arena de la playa y la gente tomando el sol al lado, a poquísimos metros. La gente continuó bañándose, bebiendo y comiendo cerca de los cuerpos de las infortunadas niñas. Y cuando llegaron los de la funeraria para introducir sus cuerpecitos en los ataúdes, los bañistas ni siquiera cambiaron de postura. Siguieron tomando el sol, impávidamente, mientras la terrible escena tenía lugar delante mismo de sus narices quemadas por el sol y de sus cuerpos semidesnudos tumbados en las hamacas y sobre la arena.
Dios mío, Dios mío. ¿Qué está pasando aquí? Las pobres niñas salieron del agua vestiditas. Sus cuerpos estuvieron sobre la arena, tapados parcialmente, durante más de dos horas, “ante la indiferencia general” como dijo el socorrista.
No me quedan más palabras para manifestar mi dolor. Tan sólo quiero elevar al cielo una plegaria siguiendo el mensaje de una popular canción “Sólo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente. Sólo le pido a Dios que lo injusto no me sea indiferente. Sólo le pido a Dios que el futuro no me sea indiferente”.
Juan de Dios Ramírez-Heredia
Presidente de Unión Romaní.
Si quieren ver las tristes fotografías de las que les he hablado, pulsen sobre este link
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